Nuestra juventud ha heredado un mundo difícil. Vivimos en un país marcado por grandes orgullos y enormes avances, pero a la vez por profundos dolores que dejan profundas cicatrices en nuestra patria. Avanzamos a paso gigante en la escala internacional: baja corrupción, una economía estable, una institucionalidad firme, grandes avances urbanísticos. Todo ello habla de un país que florece, acercándose a paso decidido hacia el desarrollo. Sin embargo, se trata también de un país de contrastes. La marginación, la pobreza, la exclusión y el clasismo se hacen presentes con igual fuerza que los puentes y carreteras. Así, parece ser que no todos podemos respirar con igual orgullo cuando en nuestro himno se entona aquello que habla de Chile como esa copia feliz del Edén.
Es en este mundo donde los jóvenes hemos venido a caer. Y aún con todos nuestros defectos y pequeñeces, hemos debido como generación, dar respuesta a esta realidad. Así distintas iniciativas sociales han surgido desde los más jóvenes para hacerse cargo de la injusticia y el dolor humano que se engendran en nuestro país. Desde la entrega de desayunos, hasta la construcción de mediaguas, pasando por las misiones, los proyectos culturales y muchos otros proyectos, nos hemos ido haciendo cargo de la construcción de nuestra patria.
Pero a pesar de esto, aún tenemos una deuda pendiente. Nos hemos “acomodado”, y para evitar que otras posturas distintas nos saquen de nuestra cómoda cotidianeidad, hemos optado por dejar de involucrarnos realmente con otros. Así, nos convencimos que aceptar que existan los pokemones, las pelolais y otras tribus urbanas nos hace pluralistas, pero ¿cuánto hacemos por comprender realidades realmente distintas? ¿Cuán dispuestos nos hemos mostrado en rescatar esa pizca de verdad que toda posición contiene?
Es así que todo esto se traduce en una inevitable consecuencia: no sabemos construir en diversidad. No nos dejamos afectar por la realidad de tantas otras personas que al igual que nosotros tienen una mirada particular y propia de nuestro país. No la reconocemos con una visión válida, y por tanto caemos en una lógica que excluye a los diferentes, y que no permite construir algo en común.
Es en este mundo donde los jóvenes hemos venido a caer. Y aún con todos nuestros defectos y pequeñeces, hemos debido como generación, dar respuesta a esta realidad. Así distintas iniciativas sociales han surgido desde los más jóvenes para hacerse cargo de la injusticia y el dolor humano que se engendran en nuestro país. Desde la entrega de desayunos, hasta la construcción de mediaguas, pasando por las misiones, los proyectos culturales y muchos otros proyectos, nos hemos ido haciendo cargo de la construcción de nuestra patria.
Pero a pesar de esto, aún tenemos una deuda pendiente. Nos hemos “acomodado”, y para evitar que otras posturas distintas nos saquen de nuestra cómoda cotidianeidad, hemos optado por dejar de involucrarnos realmente con otros. Así, nos convencimos que aceptar que existan los pokemones, las pelolais y otras tribus urbanas nos hace pluralistas, pero ¿cuánto hacemos por comprender realidades realmente distintas? ¿Cuán dispuestos nos hemos mostrado en rescatar esa pizca de verdad que toda posición contiene?
Es así que todo esto se traduce en una inevitable consecuencia: no sabemos construir en diversidad. No nos dejamos afectar por la realidad de tantas otras personas que al igual que nosotros tienen una mirada particular y propia de nuestro país. No la reconocemos con una visión válida, y por tanto caemos en una lógica que excluye a los diferentes, y que no permite construir algo en común.
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