4/6/12

Latidos de una bomba

1. Ahí estábamos, los tres conversando: tú explicándonos qué pasaba con ella, por qué estaba tan sensible y otras cosas más; y nosotros dos, escuchándote. Tan atentos e interesados como pocas veces los tres hemos estado. Quién lo diría. Y de repente lo dijiste: "estoy enfermo, tengo cáncer. Cáncer a la piel". Un vacío en el estómago, un nudo en la garganta, un mareo que no logró desequilibrar mi cuerpo, unas ganas de pararme y abrazarte, unas pupilas dilatadas tan grandes como la luna, un caudal de lágrimas que abrazaba todo lo que nos unía, una asfixia en el pecho que alteró mi respiración. Sin embargo, la misma expresión facial y corporal mantuve. ¿Te das cuenta de lo que me dijiste? ¿Sabes lo que eso causó en mí? No se puede hacer borrón y cuenta nueva. Es imposible acordarme de ti y que esas ocho malditas palabras emerjan de las profundidades de mi mente, de mi corazón, de mi ser.. También, al igual que tú, me sugestioné con lo que me dijiste. No es fácil, aunque así parezca. Los dos disimulamos bien, estamos en un juego que sabemos jugar, conocemos sus reglas y sus desafíos. Estamos juntos en esto, y lo sabemos. 
2. Tres veces el mismo discurso. Tres personas de la misma familia. Dos son las protagonistas de la historia de la que hablan. Una de ésas, soy yo. ¿Por qué ven la misma historia de una perspectiva tan diferente? Veo blanco y ustedes negro, ni siquiera gris. Veo una entrega de amor, un apoyo incondicional, una guía que ilumina mi camino y, además, camina conmigo, mientras que ustedes ven a una aprovechadora, manipuladora. Veo lo que no ven. Ven lo que no veo. Vemos diferente y, a la vez, no vemos. Vemos tanto como queremos. Vemos tanto como podemos. ¿Realmente vemos? 
3. Una semana antes de tu viaje, y discutimos. Reconozco no haberte dicho todo lo que quise, y no espero que alguna vez así sea. Rompiste en llanto frente a mí, y yo ahí... en la peor actitud que pude haber tomado. Terminamos de hablar, fui a mi pieza y lloré, tal como lo habías hecho tú frente a mí. Mis lágrimas querían hablarte, abrazarte, pedirte perdón, prometerte que todo iría bien; pero mi cuerpo ahí estaba, acurrucado en el suelo, apoyado en una pared. Los brazos sobre las piernas flectadas, y el rostro ahogándose en uno de los mares más bravos que ha conocido. Hoy quiero hablar contigo. Busco el momento adecuado, espero que el tiempo me espere y no tenga que ir corriendo tras él para alcanzarte, coger tu mano y expresarte cuánto es lo que te amo.

Son imágenes que han pasado

Tantas cartas que hoy desaparecen devoradas letra a letra por esa maldita y sensual llama; aquella vívida llama que me llama, que me incita a tocarla y besarla. A sentir ese calor sobre mis labios, sobre mi cuerpo, sobre mi ser... Esa cálida llama que hasta ayer inundaba mi cama, haciéndome recordar las palabras que a mis oídos murmurabas.